Por Agustín Remesal. Periodista
De repente, como si la desgracia colectiva condujera a un tiempo pasado de reconstrucción y penurias, Europa se ha convertido en tierra de encuentros y misiones diplomáticas. Los líderes políticos de la Unión Europea, desnortada y asustadiza, se mueven de urgencia entre las capitales del norte frugal y el sur derrochón con el fin de acordar la ruta hacia una nueva prosperidad.
Se abrieron las fronteras hace tres semanas y la policía observa amablemente, sin arancel ni inspección, el tránsito de turistas que buscan en territorio extranjero la libertad perdida durante su largo confinamiento, del que van perdiendo memoria. Es el reencuentro gozoso de la ciudadanía en la Europa de Shenghen abierta en canal, el rescate del placer de viajar y la comparación de los hábitos cotidianos a que obligó la maldita pandemia: si la gente usa mascarilla por la calle, si los museos se han abierto o los restaurantes alejan más la mesas, si se celebra algún festival o se ha llenado de excursionistas la montaña y la playa de bañistas… En esa exploración urgente, el viajero concluye que aquí como allá rigen las mismas normas de riesgo sanitario y similares hábitos para evitar el temido contagio. Sigue leyendo